Sensatez en los tiempos del cólera
Por Eugenio Pérez Almarales
Periodista cubano
de Felix Jacinto Breton
“Tanto como las impurezas del
agua, al doctor Juvenal Urbino lo mantenía alarmado el estado higiénico del
mercado público” y de otros sitios de la ciudad. Quería que sanearan el lugar,
inspirado en una plaza que conoció, “donde las provisiones eran tan rozagantes
y limpias que daba lástima comérselas”.Por 400 años erguidos ante
avatares, la urbe afrontaba su más difícil reto. “La epidemia de cólera morbo,
cuyas primeras víctimas cayeron fulminadas en los charcos del mercado, había
causado en once semanas la más grande mortandad de nuestra historia”, y “no
tuvo miramientos de colores ni linajes”.“En las dos primeras semanas del
cólera el cementerio fue desbordado, y no quedó un sitio disponible en las
iglesias, a pesar de que habían pasado al osario común los restos carcomidos de
numerosos próceres sin nombre.”Aunque estos fragmentos de El
amor en los tiempos del cólera, novela de Gabriel García Márquez, pudieran
parecer exagerados, son pálido reflejo del azote despiadado de la enfermedad a
su paso arrollador por numerosos países.Considerada una de las peores
epidemias de la humanidad, el cólera –en sus diferentes cepas y variantes-
tiene su origen en el mundo antiguo, y se encuentran referencias a ella en
escritos en China, la India, Grecia…Desde sus inicios, las epidemias
de la enfermedad ocasionaron daños devastadores, especialmente por la alta
cifra de víctimas fatales, y recibieron el nombre de pestes.
Cuentan que la plaga más
catastrófica que sufrió la vieja Grecia fue la llamada peste de Atenas, en el
año 428 a.n.e.
El temido imperio romano sufrió
también la peste, y el propio emperador
Marco Aurelio "El Sabio" fue víctima de la primera epidemia (peste
antonina), y en Roma llegaron a morir en el siglo III d.n.e. cerca de 5 000
personas al día por su causa.La historia reconoce siete
pandemias de cólera. La primera, de 1811 a 1825, de
origen asiático, la cual no afectó América. Comenzó en Bengala y se extendió a
la India, China y el Mar Caspio, antes de disminuir.
La segunda, de 1829 a 1850, solo
en Egipto causó 150 mil muertes, y llegó a Europa, Estados Unidos, México,
Guatemala, Nicaragua y Cuba. En 1833 apareció el cólera a nuestro país por
primera vez, y provocó más de 30 mil defunciones.
La tercera pandemia, de 1852 a
1860, afectó principalmente a Rusia, con más de un millón de muertos; mató en
España a 200 mil personas, a 140 mil en Francia y atacó nuevamente a América. La cuarta, de 1863 a 1875,
invadió casi toda América, incluida Cuba. La quinta, de 1881 a 1896,
registró 800 mil fallecidos solo de 1892 a 1894. En la etapa, el médico alemán
Robert Koch descubrió el agente etológico del cólera, el Vibrio cholerae. La sexta, de 1899 a 1923, no
llegó a nuestro continente. De julio a septiembre
de 1915, en plena Primera Guerra Mundial, el ejército austro-húngaro sufrió 15
mil muertes. La séptima comenzó en 1961 y
apareció a partir de un foco en Célebes, isla de Indonesia, y se extendió a
Corea, China Taipei, Filipinas, la India, y luego continuó a Pakistán, Afganistán, Irán, Irak y al sur de
la entonces Unión Soviética. En 1970,
penetró al África Occidental, donde es ya endémico. Entre 1977 y 1978 hubo brotes de
cólera en el Japón, y apareció por primera vez en el Pacífico meridional. En el
1982 y 1983 se produjeron grandes brotes en las islas Truk. En Estados Unidos, hasta el año
1990, se habían reportado 50 casos y hay informaciones de otros enfermos en ese
país desde 2010 hasta la fecha. La más reciente y cercana
epidemia es la de la vecina Haití, donde más de siete mil 400 personas han
muerto desde que comenzó la epidemia, en octubre de 2010. No es atinado ignorar que cada
año se producen en el mundo de tres millones a cinco millones de casos de
cólera y la cifra de personas muertas oscila entre 100 mil y 120 mil. Independientemente
de las medidas institucionales, resulta absolutamente imprescindible que cada
persona actúe de manera disciplinada, sensata y ágil, para preservar su vida y las
de -familiares y conciudadanos. Ninguna medida es exagerada. Un descuido que puede ocasionar daños
irreparables.
*El autor es Jefe de información
del periódico La Demajagua, y profesor universitario en Granma, Cuba. Expresidente de la Unión de Periodistas de
Cuba (UPEC) en aquella provincia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario