por: Fidel Santana
El informe rendido por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), en torno al pretendido proyecto de construir una cementera en la zona de amortiguamiento de Los Haitises, parece haber logrado un “bajadero” para que el gobierno saliera menos vapuleado por la contundencia del rechazo ciudadano a uno de los proyectos ecocidas más agresivos y más peligrosos para el precario equilibrio medioambiental de la isla.
Con la decisión de cancelar el permiso al proyecto de cementera ha ganado el país, incluyendo a los mismos que pretendían destruir ese importante reservorio natural, pues el agua y la biodiversidad que allí tiene su nicho es la principal riqueza que podemos legar a las generaciones venideras. Por eso todo el pueblo ha celebrado como un parto de la vida frente a la muerte.
Pero el plan de entregar todo el patrimonio a pequeños conciliábulos de mafiosos, “empresarios” y politiqueros, no se detiene. Ya ha asomado un proyecto para que el consorcio de la cementera se quede con los terrenos del Consejo Estatal del Azúcar, para desarrollar un supuesto proyecto forestal, que en la práctica no es más que la culminación del proceso de despojo de miles de familias campesinas que han habitado esas tierras por generaciones.
El nivel de sensibilidad hacia Los Haitises y la gran importancia que tiene el tema ambiental en la agenda global, permiten visualizar una gran oportunidad para contribuir con la apertura de vías alternativas de desarrollo, que se desenganchen del tren que arrastra los vagones del egoísmo y del afán de riquezas sólo a beneficio de un pequeño grupo.
La idea de un proyecto forestal en terrenos estatales en esa zona es buena. La apoyamos. Con lo que no estamos de acuerdo es con los actores que deben desarrollarla. Más bien compartimos la opinión de articular cooperativas campesinas, con los pobladores de toda esa zona, para desplegar un amplio proyecto de economía asociativa, que no sólo impulse la industria de la madera en toda su amplitud, sino que sea capaz de conectar esa industria con el potencial turístico de la zona, todo puesto al servicio del desarrollo de las personas.
Además de la riqueza que es en sí mismo cada árbol sembrado, un proyecto como este ampliaría la oferta de productos de la madera para la industria nacional y la exportación, además de que el propio proyecto forestal se constituya en un nuevo atractivo turístico alternativo.
No nos pueden decir que no hay recursos para implementar una propuesta como ésta. La tierra está y es del Estado. El financiamiento sobra en los organismos internacionales. Los campesinos están, que son la principal riqueza que tenemos en la zona. Sólo falta la voluntad política.
En América Latina y en otras latitudes del mundo hay muy buenas experiencias de implementación de programas de protección al medio ambiente que, simultáneamente, contribuyen al despliegue de todas las energías creativas de los lugareños de zonas de importancia ecológica y permiten a las personas dejar de ser sobrantes humanos en su propia tierra.
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