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16 de abril de 2013


Educación ¿para qué?

Blog detalle

ARGELIATEJADA yANGÜELA

Doctora en sociología cuantitativa (PhD) y maestría en teología

Sobre mí

Especialista en evaluaciones de impacto y estratégicas en las áreas de organización y protestas rurales, salud primaria y saneamiento, planificación familiar, educación, alimentación escolar y alimentos por trabajo, y desastres.  Autora de los libros "Bateyes del Estado" y "Metodología de una Experiencia en el Sector Rural" así como de decenas de estudios y artículos distribuidos a nivel internacional y nacional.  Actualmente investiga y escribe.
La entrada en vigor del presupuesto del año 2013 trajo consigo el anhelado 4% del PIB para educación.  El MINERD, con carencias acumuladas por décadas, dispone ahora de recursos para invertir y supuestamente mejorar la educación dominicana, internacionalmente conocida por sus resultados estandarizados que colocan al país entre los peores del planeta tierra, competitivos con Haití, cuya historia de caudillos, corrupción, depredación medioambiental, y utilización de los poderes del estado para fines particulares también compartimos.
La pregunta   educación ¿para qué? no es retórica.  La pregunta se refiere al resultado final de las personas que han sido promovidas hasta terminar su educación de bachiller o universitaria.  Es la pregunta que tiene que hacerse una nación al determinar políticas educativas.
De la educación va a depender que la población se integre al mercado laboral del mundo globalizado con capacidad para funcionar en un mundo que valora el conocimiento científico y la tecnología avanzada, cada vez más robotizada; o dentro de un mundo que ofrece la mano de obra primitiva como fuerza de trabajo barato, a cambio de ganancias jugosas para sus élites políticas y empresariales y una vida de miseria y precariedades para la población que no se decide por la emigración o la delincuencia.
Es decir, la educación que produce conocimiento y tecnología innovadora es la que determina en el presente que algunos países disfruten de seguro de salud de calidad y educación gratis, y que el conjunto de la población tenga una vida digna; donde las leyes se cumplen y la población se organiza y las defiende, en otras palabras, conforme un estado con una democracia funcional.
Por otra parte, la ausencia de educación es el que determina que en otros países, por más que sus pobladores trabajen, no puedan salir del círculo de la pobreza y la indigencia.
La ausencia de conocimientos es el factor determinante de que turbas con birretes, se manifiesten en el palacio de justicia, para evitar precisamente que la justicia funcione, y defender sus carguitos demostrando su fidelidad a un gobernante corrupto.  Y es que desgraciadamente, seguimos siendo un “país bananero” en el siglo XXI. En países con un mínimo nivel de escolaridad, el orden siempre será caótico, acompañado de violencia, corrupción, y leyes que no se cumplen, estos países no son capaces de retener sus cerebros, y en vez de inmigrantes con conocimientos (Brasil planifica importar 6 millones) importa más de lo que tiene, gente desempleada e iletrada.
Es un hecho indiscutible que el/la docente en el aula constituye el factor más importante del proceso enseñanza-aprendizaje.   También es un hecho conocido que en República Dominicana los gobiernos han intervenido para empeorar la educación, no para mejorarla, politizando a los dos organismos responsables de la educación de las futuras generaciones: el ministerio de educación y los sindicatos de profesores.  Y además, manteniendo los sueldos de docentes a niveles ínfimos, lo cual provocó el éxodo de los mejores profesores de las aulas y el cierre de las carreras de pedagogía en las universidades privadas en ausencia de estudiantes para el magisterio.
Durante los 12 años dictatoriales del gobierno de Joaquín Balaguer (1966-1978) los salarios fueron congelados.  A pesar de que en el sector privado paulatinamente aumentaron, el magisterio de escuelas públicas sufrió la pérdida de sus mejores profesores, y lo mismo podría afirmarse de la enseñanza universitaria.  Los mejores profesionales abandonaron el magisterio por falta de oportunidades para investigar y por los reducidos pagos a destajo, es decir, por hora de clase impartida, sin ningún tipo de seguridad laboral, seguro de salud, o pensión.
La falta de profesionalidad del magisterio universitario es causa además de la pobre formación de docentes lograda a través de cursos sabatinos, con profesionales titulados, pero “incapaces de incorporar lo que han aprendido” según he escuchado de personas ligadas a estos programas en diversas universidades y según observé en una clase sabatina que impartí en la UNPHU.
Tuve que retener tres profesores cuya letra era inteligible y no podían entender lo que leían.  En otra ocasión, un profesor me dijo que no podía leer porque había olvidado sus lentes.  Varios docentes me advirtieron, que el profesor no tenía conocimientos de lectura-escritura, aunque continuaba en su posición “enseñando” a los hijos de los pobres.
Las políticas establecidas para formar universidades en el país, se parecen más a políticas de negocios que a políticas académicas.  Mientras en universidades extranjeras es necesario tener un título de PhD para lograr empleo fijo universitario, en República Dominicana se admiten personas con únicamente el nivel académico que enseñan, es decir, personas que estudian cuatro años de licenciatura y enseñan ese mismo nivel en las universidades.  Conozco una universidad en los años ochenta, que se negó a satisfacer las demandas salariales de su cuerpo de profesores y los sustituyó por los estudiantes que acababa de graduar que además carecían de experiencia laboral.
Los programas de maestrías, tienden además a sufrir de la corriente de masificación populista de la educación en los años 60.  Es decir, en vez de mejorar la calidad, bajarla, con el objetivo de que todo el mundo tenga derecho a entrar a la universidad.
Esto lo conozco porque decidí aceptar la enseñanza de la materia de investigación en las ciencias sociales en programas de maestrías diversas universidades, ignorando la mínima retribución económica y la asistencia de hasta 70 estudiantes.  En una ocasión en que intenté ofrecer una prueba, en una de las universidades más reputadas del país, los estudiantes me informaron que en “maestrías no se dan exámenes”.  Fui a consultar con el Director de la Maestría, quien me informó que en República Dominicana, las “maestrías son tropicalizadas”.
Para comprender el descalabro de la educación en el país observemos nuestra historia.  A finales del siglo XIX, la educación de docentes era mejor que la actual.  Se inició durante el gobierno provisional del Gral. Gregorio Luperón en 1879, quién le abrió las puertas a Eugenio María de Hostos para fundar la Escuela Normal, pasos que siguió Salomé Ureña de Henríquez para fundar su Instituto de Señoritas en 1881 para el entrenamiento de maestras.   Así se crearon los pilares de la educación dominicana en el siglo XX.
Con anterioridad a la Escuela Normal, la enseñanza dominicana se caracterizaba por el empirismo, la doctrina escolástica legada por el orden colonial, y la memorización no analítica de hechos pasados.  La educación Hostosiana cambió radicalmente el método de enseñanza.   Enfocó la enseñanza en dos vertientes: la moral secular y cívica, válida para toda la ciudadanía e independiente de sectarismos religiosos, y por otra parte la construcción del conocimiento científico y matemático.
La Educación Hostosiana opuso el evolucionismo científico a la concepción doctrinaria de la creación del universo; el razonamiento, al pensamiento doctrinario; el conocimiento, como resultado de los métodos experimentales de las ciencias, y no como dogmas fundamentados en absolutismos carentes de evidencias; y opuso el racionalismo a la retórica tradicional.
Todavía durante la primera mitad del siglo XX, cada pueblo contaba con maestras modelo que habían formado a generaciones de estudiantes con el conocimiento del lenguaje, la literatura, las ciencias, o las matemáticas, necesarios para iniciarse en una carrera universitaria o impartir enseñanza en los niveles básicos.
Rafael Leónidas Trujillo fue responsable de sacar los métodos de enseñanza de Eugenio María de Hostos y Salomé Ureña de Henríquez de la escuela dominicana.  Y esto es comprensible, porque a los dictadores no les interesa que la verdad se conozca, para mantenerse en el poder necesita de un pueblo que no pueda pensar por sí mismo, sino que aprenda a repetir las verdades que otros con autoridad les enseñan.
El día 2 de diciembre de 1933, Rafael Trujillo Molina agradeció un banquete que le ofreció la Asociación de Maestros en Santiago.   En esa ocasión, el Presidente Trujillo declaró que “la escuela hostosiana cambió sistemas y abrió ancho campo a la cultura.  Pero su influencia en los destinos sociales y políticos del medio venía siendo casi nula en el desorientado pueblo, que no veía en los nuevos maestros de la enseñanza nacional, tan descantada, los propulsores de una vida”.
Consideró que “muchos de ellos seguían al servicio de la insana política que hizo del poder la bancarrota de los ideales….observé la realidad y vi la incomprensión de las doctrinas hostosianas proclamadas por escuelas que llamándose modernas, eran antiguas por su desviación de los impulsos nuevos y creadores de la vida” (Periódico El Hoy, 100 años de Historia, p. 73).
Para 1933, ya Trujillo había iniciado su plan de entregar la educación de las élites a la iglesia Católica, a través del establecimiento de colegios privados con fondos públicos y de la enseñanza de religión en las escuelas públicas.  Política que legalmente selló con el Concordato que firmó en el Vaticano con el representante de Pío XII en 1954.  Durante la dictadura, Trujillo se convirtió en el benefactor de la iglesia y esta le reciprocó legitimando su régimen, hasta que el ascenso de un Papa reformista en el Vaticano, Juan XXIII, cambiara el nuncio a finales de 1959 y ordenara la Carta Pastoral de 1960 que llamaría la atención sobre las condiciones del pueblo y el estado de represión.  Sin embargo, el mismo nuncio enfrentó a Trujillo para que continuara pagando los servicios religiosos estipulados en el Concordato, los cuales ningún otro gobierno ha negado, incluyendo el efímero de Juan Bosch.
La Carta Pastoral de 1960 no significó que se rompiera con el régimen, el cual se encontraba en sus momentos finales de desintegración debido a las luchas de los expedicionarios del 14 de junio, del Movimiento Clandestino Revolucionario Catorce de Junio, y de la condena de la OEA.  Ideológicamente el régimen no cambió su sistema de educación doctrinaria ni abolió el Concordato Trujillista que lo avala después de su continuidad con el período dictatorial de Joaquín Balaguer (1966-1978) y los regímenes caudillistas que nos han gobernado hasta el presente.
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