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18 de diciembre de 2011

"Una voz grita en el desierto" (Lc 3,4)

Este texto que comparto con ustedes es una reflexión sobre nuestra situación actual. Inspirado en el sermon de Fray Anton de Montesinos, y de algunas de las cosas que estan atormentando nuestra nación.

“Una voz que grita en el desierto” (Lc 3,4); un clamor ante la injusticia que nos sentencia a vivir sumergidos en el llanto. Una voz que resuena en el corazón del que busca paz y no se la permiten sentir los que se creen dueños del mundo por lo que poseen. Una voz que se pierde en el ruido de los que no respetan el silencio ajeno. Una voz que llama a sentir amor, a buscar igualdad, a allanar el camino para que habite la esperanza en nuestros corazones.

El grito que nace de los anhelos de paz de un país que no ha podido emerger de la crisis por las malas actuaciones de quienes han dirigido su rumbo en sus 167 años de independencia. Una voz que clama justicia al cielo contra de los crímenes hacia las mujeres pero que al mismo tiempo ruega a Dios que ellas se den su verdadero valor; el que no se encuentra en lo material, ni en el poseer, sino en las virtudes que en ellas pueden encontrar. Es la voz que grita un alto a los feminicidios, ¡Ya basta! Queremos un país que respete y de mejores condiciones de vida, en especial a la mujer.

Esta voz que grita en el desierto, a pesar del individualismo que nos hace olvidar del amor al prójimo, que grita contra el maltrato al más débil y se opone al abuso de poder. Esta voz clama por el sufrimiento del que menos tiene, se eleva a favor de la vida desde la concepción hasta la muerte natural.

Esta es la voz del que mendiga por el pan y dice: “Tuve hambre, y nuestros políticos me ofrecieron una fundita para un día pero no crearon el empleo para yo poderme sostener. Sentí sed de conocimientos pero quienes crean las leyes en este país, son irónicamente los primeros en romperlas, y no aprobaron en el presupuesto el 4% para una educación digna. Soy forastero y exijo igualdad en el extranjero pero trato como a un animal, o peor que a uno, al emigrante haitiano, quizás por su color o simplemente por ser haitiano, y con esto, olvidándome que también es hijo de Dios. Se me ve sin ropa o enfermo o en la cárcel y al que me rodea lo más sencillo que se le ocurre es criticar”.

Es la voz de la esperanza, del amor. Es un llamado a la concordia, un grito de paz, que desea justicia y predica respeto, unidad, que quiere ser bendición, que conserva el optimismo y que habla con sinceridad.

¡Que Dios tenga misericordia de este pueblo, escuche nuestras plegarias y nos sonría hoy, mañana y siempre, amen!

Por: Juan Pablo Jiménez.

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