Las sociedades limitadas del crimen tienen su mejor exponente en las oficinas de la muerte. El «oficio» de sicario es tan antiguo como enorme la pericia con una pistola de quienes lo practican. Por eso suelen ser la solución más cara, pero también la más eficaz, para los cárteles de la droga que pretenden ajustar cuentas pendientes. Esa es la línea de investigación principal, de la que colgaban diversas variantes, que siguió la Policía Nacional para el crimen del abogado penalista Alfonso Díaz Moñux.
Esta «ejecución de libro», como la califica un experto agente, se dirime desde esta semana en la Audiencia Provincial de Madrid. En el banquillo, ocho varones, de los que una mitad son colombianos, y la otra españoles. Ninguno de ellos está considerado el ordenante de la muerte.
Ese es uno de los ejes centrales del sicariato: que no quede rastro que pueda unir a quien aprieta el gatillo con quien manda dar muerte a su enemigo. Es lo que ocurrió en el ajuste de cuentas al capo Leónidas Vargas, el más «peliculero» de los últimos años en Madrid y cuyas condenas de hasta 26 años de prisión fueron confirmadas hace días por el Supremo. Se sabe la persona que disparó y los que le dieron cobertura; pero no quién dio la orden, aunque a nadie de los que estuvieron metidos en esa investigación se le escapa el nombre de uno de los rivales colombianos en el peligroso Valle del Cauca.
Mundo de la droga
Las ejecuciones por medio de sicarios suelen tener como trasfondo el mundo de la droga. Los escrúpulos criminales son ínfimos en esos círculos; se mueven cantidades de dinero astronómicas (que no se ven en otros «negocios»); y, por tanto, los «señores» de la cocaína son los que tienen capacidad para contratar sus servicios. Fuentes policiales indicaron que «por menos de 50.000 euros no se mueve un sicario». Los precios pueden llegar a 100.000, según el objetivo.
Los colombianos, por su vasta experiencia de décadas, están considerados los mejores del sector. Suelen venir expresamente desde su país, donde se asienta la «oficina central», para hacer el «trabajo».
Aquí, la «delegación madrileña» les proporciona dossieres pormenorizados con las costumbres, horarios y datos personales de sus objetivos, además de toda la logística necesaria (vehículos, alojamiento y arma). Una vez cumplido su encargo, vuelan lo antes posible fuera de nuestras fronteras. Luego, lo más probable es que el sicario no vuelva a trabajar con ese clan.
Otra característica es el tipo de munición que utilizan, casi siempre del9 milímetros o del 7,65, que descargan en zonas vitales del cuerpo, sobre todo la cabeza. El ejecutor también suele ir acompañado de al menos otra persona, que le da cobertura.
Los sicarios suramericanos prefieren que el pago se les haga desde España; al cambio, el euro les sale más rentable que si perciben el dinero en pesos. «Una cifra media aquí es mucho dinero allí. Al fin y al cabo, lo que les mueve es la pasta», añade un experto policial en crimen organizado y lucha contra el narcotráfico.
Abogado asesinado
Al caso de Díaz Moñux le precedió, en el otoño de 2005, otro similar. Rafel Gutiérrez Cobeño, un abogado español con bufete en la calle de Menorca, murió acribillado, también en su coche y ante su esposa, a dos pasos de El Retiro, nada más salir de trabajar. Entre sus clientes «vip» se encontraba la peligrosísima banda de «Los Miami». Este crimen, ocho años después, sigue sin esclarecerse.
No siempre los abogados que se han codeado con lo peor de la criminalidad y que acaban relacionados con sicarios están en el lado de las víctimas. El caso contrario es el que representa la abogada María Dolores Martín Pozo. Cumple condena de 22 años y medio de prisiónpor ordenar la muerte de su exmarido, Miguel Ángel Salgado, para quedarse con la custodia de la niña de ambos.
En el mundo de la noche
Ocurrió en Ciempozuelos, en 2007. El tribunal consideró probado el plan urdido por Martín Pozo y la colaboración estrecha que obtuvo de Eloy Sánchez Barba, un individuo que se movía en el mundo de la noche y de las «celebrities» españolas. Él también fue condenado; en su caso, a 12 años y seis meses de cárcel. Quien quedó absuelto, curiosamente, fue el dominicano al que se juzgó como presunto autor del crimen. La historia sirvió de base para la exitosa novela «La estrategia del agua», de Lorenzo Silva.
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