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14 de junio de 2012



Historia Dominicana

Tributo a los inmortales del 1J4

Si tan sólo hubiese sido cruzar el breve espacio entre dos islas, tararear entre dientes una canción, mientras se aterriza en la pista aquella entre montañas. Cantar emocionados el himno nacional, silbar un “Guantanamera” fugaz para sacarle el cuerpo al monótono roncar de los motores.
Si la jodienda fuera aferrarse con ganas a la mochila y al fusil, abrazarlos como a una novia gorda, sujetarlos entre las piernas, acomodar los sueños apretujados en el morral, mientras se espera con resuellos largos el aproche final y luego el golpe ese que supone seguridad terrenal, comienzo inevitable de jornadas.
Ajustarse la gorra atrincherando la mirada indefinible de los héroes. Recostarle la rabia y la ilusión al compañero. Arreglarse la boina, existir y persistir apeñuscados en el instante sin fin de la estrecha cabina memorable, con el “quisqueyanos valientes alcemos” en la encogida sonrisa rastrillada, sujetando los caballos desbocados de la mente, controlando latidos insurrectos, a medida que el vuelo avanza entre cielos tropicales y crepúsculos atascados en las recámaras del alma.
Cada uno imaginándose su Trujillo virtual, personal, plural, grupal, brutal, grotesco; descojonado, abofeteado y suplicante, un caudillo que huye con bicornio desplumado. Y piensas entonces sin remedio en el viejo y la vieja, en el hermano pequeño, la muchacha, el tío soñador o la abuela apoyadora, la esposa primorosa, la amiga, la amante y los muchachos.
GrandezaEl último acorde de guitarra, el bandoneón, el abrazo, el beso, el pellizco insinuante, el guiño picarón, el adiós, la despedida. La broma de los camaradas, el café recurrente, el cigarrillo sin filtro consumiéndose entre los dedos de la ira, la ceniza de ayer en el tazón que resume el olvido.
El soñarse orgullosos dando libertad, repartirla entre consignas suprimiendo desmanes, cortando para siempre los abusos. Bajar iluminados de la loma con las tablas de la ley, irrumpir barbados en las ciudades oprimidas, derribar las estatuas del tirano, renombrar las calles, ajusticiar a los sicarios, figurarse la victoria total al doblar de la esquina, mientras la patria abajo, vista desde el C-46, pasa veloz entre fogones y enramadas.
La nave que parece suspendida en la incertidumbre banal del horizonte, el campo verde entre mosaicos de parcelas llamándolos con el vocerío de las galleras. El ronquido ensordecedor del bimotor que avanza entre las nubes, su silueta de pájaro grande proyectándose en las cumbres más altas a despecho del sol.
Si tan sólo fuera mantener la ansiedad a soga corta, percibir los músculos contraídos, refrenar la emoción, el frío estomacal que antecede la gesta, el ánimo tenso esperando el estrellón y el carretear veloz sobre la pista para saltar a tiempo, para que el aparato pueda de nuevo despegar y escapar cómplice de la heroicidad impostergable.
La mecánica consulta colectiva al reloj de pulsera para atrapar entre suspiros la tremenda hora de la verdad. La hora suprema del combate. La hora del ejemplo. La inconsulta y penúltima hora del dictador. El humo de los hornos para hacer el carbón quemando la esperanza, sobre la geografía de la ilusión en todo el territorio. La angustia del grupo que lo atisba desde arriba, mientras el adiós lejano de los anafes lo saluda con la tristeza del hambre que le da la bienvenida.
Si tan sólo fuera bajarse raudo del avión con las siglas de la AMD para el engaño, comenzar de inmediato a remontar la montaña dura del ejemplo, respirar de sopetón los olores sutiles del valle inverosímil.
SacrificioExcretar el sudor de la jornada que comienza, auscultar, una vez más, el eco de los disparos que la guardia le hace al aeroplano cimarrón que se pierde lento entre el cerco de la enhiesta cordillera.
Si tan sólo fuera bregar con las madrugadas brumosas de los picos de Constanza. Celebrar un día más de permanencia con un suspiro interminable. Desperezando la inquietud, con el pellejo cabal de la templanza.
Archivar con el sueño intermitente, un día más de la constancia. Echar de refilón una pavita custodiada. Sacarse el frío de los huesos descifrando triíllos camineros, distancias imprecisas.
Bregar con campesinos “culebros” que enderezan los ganchos con la maña. Navegar entre la niebla de los Mañanguises con la guardia atrás. Bordear pesarosos el valle del Tireo entre las nubes bajas. Esquivar guajacas tenebrosas, domando los duros caminos de la sierra.
RiesgoDisputarles a las tropas numerosas los cogollitos. Meterse donde el diablo dio las tres voces. Deambular con la otra sed mortificando la paciencia. El viento frío quemando las gargantas resecas mientras se ve el cielo engranojado. La mirada sedienta de ansiedad, desentrañando los retos de la sierra.
Los calieses en bares indecentes, ahogan en cervezas su iniquidad. -Que viva el jefe carajo, se grita entre canciones a ver quien se equivoca. Los lambones en los diarios agotan la lista de adjetivos para adorar al “Jefe”, sin decir que “la vaina comenzó”, “que las gentes al fin llegaron” en un domingo vespertino de junio del 59.
Es mejor tapar la cosa por si acaso no resulta el “déjelos que lleguen los equivocados” murmurado entre acordeones. Sin poder evitar que llegaran al fin, “llenos de patriotismo, enamorados de un noble ideal”, aguándole una de sus fiestas domingueras al Jefe, complicándole la semana al “perínclito varón de San Cristóbal”.
Si tan sólo hubiese sido cruzar a paso redoblado por Palero con todos sus arreos, sacar fuera de combate al guardia que le riñó la cuesta. Desparramarse divididos remontando las lomas de Las Neblinas buscando las esquinas de un cielo recostado sobre la abrupta geografía.
Empujar las últimas luces de la tarde con la punta de sus fusiles libertarios. Si tan sólo fuera cruzar empalizadas, extraviarse en la maleza sin perder el rumbo. Perderse en las veredas retorcidas sin perder el norte necesario.
Trasmigrar, trashumar entuertos repetidos, cavilar recorriendo las rutas inconfesas de una gloria segura. Morir en Portezuelo, acabar en la Cotorra o malograrse en cualquier rincón insospechado, no basta para aplastar la cosa.
CorajeSi tan sólo fuera fatigarse hasta el extremo, derretirse en las subidas, derricarse en las cañadas infernales, tiritar de frío, ser acribillado por las ráfagas del viento congelado, masticado por las fauces del hambre.
Si tan sólo fuera ir rompiendo, “paso a paso” la neblina, con un silencio barbudo y testicular, entre picachos recios y flores curiosas que te ven pasar destutanado. Si tan sólo fuera montar emboscadas a guardias parlanchines, navegar espabilados entre emboscadas, desechar prácticos infidentes. Si tan sólo fuera desorientar sabuesos entrenados, mercenarios, machetes arriados y alcaldes alcahuetes. Si tan sólo fuera estropear la fatigada humanidad con la marcha encolumnada entre los pajonales, la aprensión del régimen herido por el gesto imponderable.
Si tan sólo fuera soportar los embates de la marcha recortada cuando se oculta el sol. La tristeza apabullante del crepúsculo. El frió entre fusiles hartos de intemperies. La res perdida, el asno suelto que encandila la alerta. El jornalero con la soga que cruza indiferente tras el caballo suelto y espantado.
Si tan sólo fuera el afrontar la muerte, devolverla o recibirla. Escuchar en todo el día una lejanía preñada de camiones militares. Pájaros que huyen del terror del estruendo. Disparos lejanos que denuncian posiciones, ráfagas de carabinas incontinentes que delatan aciagos testimonios. El fragor de combates desiguales.
Asumir en la carne la suerte del compadre Pedro Juan que no comprende. La impotencia de caer heridos, desfallecer socavados por el hambre, entregarse sin querer. Adoptar el hado irremediable del vencido.
Si tan sólo fuera luchar sin retaguardia, deambular sin apoyo, arrastrar la fe y la conciencia. Concederse a la muerte sin remedio, caminar, marchar, transitar, circular, avanzar, escapar hasta el cansancio, jugar el juego del gato y el ratón, desesperar al enemigo, desconcertarlo, avergonzarlo con el gesto viril.
Si tan sólo fuera extremar la voluntad, exprimir la abnegación, marchar al sacrificio con la promesa incierta del sueño germinado.
Si tan sólo fuera caer prisioneros, para ser amarrados, vejados, torturados, entre vítores macabros. Caer malogrados por la ira del dictador y sus verdugos. Ser pasado por las armas del pelotón sin juicio previo después del vil escarnio. Si tan sólo fuera provocar el poema, la canción, el himno, el testimonio, no resignarse ante el destino aciago y trascender, burlar la suerte, romper las ataduras, estampar sin reservas la rebeldía del grito. Si tan sólo fuera inaugurar y esparcir el germen de la rabia, el “basta ya”, ejercer el oficio de convertirse en raza inmortal. Si tan sólo fuera la algarabía del “Jefe”, sufrir sus anuncios de victoria, admitir su piedad de escaparate. Si tan sólo fuera levantarnos una mañana para enterarnos de que develaron el complot y se llevaron los muchachos. La carta pastoral. Accidentes fingidos que matan mariposas. Deletrear el murmullo del espanto.
Si tan sólo fuera amanecer al fin sin él, descubrir “de a poquito” la libertad que nace. Si tan sólo fuera eso y nada más, no estaríamos aquí, viviendo en democracia, tan campantes e indolentes, olvidando la muerte de unos pocos, que nos dieron tanto “y con su sangre noble encendieron la llama augusta de la libertad”.

Hace cincuenta años "llegaron llenos de patriotismo", dispuestos a ofrendar su sangre por la libertad dominicana. Medio siglo después, su memoria sigue viva y la democracia bendice su sacrificio.Muchos de ellos tenían que pensar en su fuero muy íntimo, que aquello era una aventura con una alta dosis de fracaso, pero todos sabían que en la victoria o en el fracaso, encenderían la llama de la libertad y la democracia para nuestro pueblo.¡Qué hermosa fecundidad la del heroísmo! Aunque la encomienda no resulte exitosa, el mérito propio de la acción catapulta a los pueblos a la conquista de los fueros y libertades conculcados. Muertos, dieron vida al sueño de vivir en democracia.Al recordarlos, cincuenta años después de su epopeya, la patria agradecida recuerda con devoción la memoria de tantos hombres que ofrendaron sus vidas en favor de la libertad de nuestro pueblo. Por eso, "su sacrificio, que Dios bendijo/ la Patria entera glorificará/ como homenaje a los valientes/ que allí cayeron por la libertad"

El 14 de junio estremeció las raíces de la dictadura. Los patriotas e internacionalistas lograron plantar la semilla de rebelión en el pueblo dominicano. Inspirado en el ideario político y el ejemplo de los expedicionarios, se gestó el Movimiento 14 de Junio, que agrupó una nueva generación.

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